La llamada del Apocalipsis

Stephen King ha publicado decenas de novelas, algunas mejores que otras, pero en general bien escritas, con personajes memorables y situaciones escalofriantes. Como supuestamente es un escritor “comercial”, es decir, preocupado por las historias antes que por el lenguaje, sus novelas parecen muy adaptables al cine y, en efecto, muchas lo han sido, en ocasiones teniéndolo él como guionista. Tal es el caso de “Cell”, que entre nosotros se exhibe con el título de “Llamada del Apocalipsis”.

Pero las buenas o regulares novelas de King a menudo terminan en películas malas, como esta última, sin importar que en ella participe el propio escritor. “Ni siquiera King puede adaptar bien a King”, ha dicho un crítico estadounidense. Y es que el miedo que este procura producir es más intelectual que visual, y necesita más alusiones que las que el cine tiene tiempo o capacidad de acumular.

“Llamada del Apocalipsis” comienza con un misterioso “pulso” que se trasmite por los celulares y que convierte a quienes lo oyen en zombis (el “mensaje” es evidente). Sin respetar la regla del género, la película no define a estos humanos trastornados: ¿son contigiosos?, ¿qué quieren de los seres humanos “sanos”?, etc. Por ello, cuando miles de ellos son asesinados por los protagonistas, la situación se parece demasiado a una recreación del holocausto. Da asco.

Uno de ellos es un novelista (¿King?) que parece haber creado el desastre con la imaginación –se alude sin aclarar–. Busca salvar su esposa y su hija, sabemos que sin ninguna posibilidad. ¿Cuál es el sentido de su viaje, entonces? El final de la película parece querer decirnos algo muy profundo, pero, puesto que resulta incomprensible, nadie puede saberlo: tal vez sea algo tan banal como un emoticón del Whatsapp.  

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