Los mejores policiales nórdicos: Una guía para empezar
1. América es el continente más violento: en promedio, se cometen al año en estas tierras un poco más de 15 homicidios intencionales por cada 100.000 habitantes, índice mayor al de África (13) y mucho mayor al de Asia (2) y Europa (2). Pero estos números gruesos disimulan grandes variaciones nacionales y regionales. Hay, cerca de nosotros, en América del Sur, lugares mucho más violentos que otros: Ecuador, Colombia, Venezuela y Brasil son países en los que se producen hoy entre 20 y 30 asesinatos por cada 100.000 habitantes, al año. Los países menos violentos de la región, según datos del 2022, con un promedio de 4 homicidios intencionales al año, son Bolivia y Argentina (pese a que los argentinos, en una percepción alentada por los medios, están seguros de estar viviendo en medio de una versión latinoamericana de Mad Max). Chile y Paraguay son –según estas estadísticas de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC)– casi el doble de violentos que Argentina o Bolivia; Uruguay, ¡quién lo creyera!, es el triple. Y si hablamos de toda América, México, Centroamérica y el Caribe son, casi invariablemente, lugares de abundante violencia homicida (México: 26, Honduras: 35; Jamaica: 53).
2. Aunque a veces considerado uno de los avatares del realismo, el relato policial tiene poca relación con estas realidades demográficas. En Latinoamérica, es Argentina el país con la más robusta tradición en el relato policial (y no México o Brasil). En Europa, los países escandinavos, de gran apacibilidad relativa –tazas de leche tibia comparados con cualquier país americano–, son, de lejos, los mayores productores per cápita del género. Suecia, por ejemplo, con un promedio anual de un (1) homicidio intencional por año cada 100.000 habitantes (la mitad del promedio europeo de 2 por año) es uno de los mayores y mejores productores globales de novelas policiales (y pese a que Suecia es un país pequeño: tiene una población de algo menos de 11 millones de habitantes). Algunos años, hay más novelas policiales en Suecia que asesinatos.
3. Tal vez el género policial solo prospere, en tanto modo del realismo narrativo, si podemos concebir que los asesinatos son un misterio, la culpa colectiva por la violencia contra el prójimo un sentimiento legítimo y la justicia una discreta posibilidad. O tal vez el policial sea un exotismo inverosímil en lugares en los que ya se sabe quiénes son los que matan y los que mueren, en los que la culpa no viene al caso y la impunidad es la abrumadora rutina de las cosas.
4. Se dice que la novela policial más vendida de la historia es una inglesa, de Agatha Christie: Y no quedó ninguno, de la que en los 80 años desde su publicación (en 1939) se han vendido más de 100 millones de ejemplares. Le sigue de cerca la italiana El nombre de la rosa (1980) de Umberto Eco, de la que se han vendido más de 60 millones de ejemplares en 40 años. En ese panteón de ventas, está muy cerca la trilogía de novelas póstumas Millenium (2005-2007), del sueco Stieg Larsson, de la que se han vendido un poco menos de 100 millones de libros en decenas de idiomas en menos de 20 años.
5. La lectura de novelas policiales adquiere con frecuencia la misma manera febril a la que aspira el consumo bajo el capitalismo tardío: es una compulsión. Empezamos una novela y no podemos dejar de leerla hasta terminarla, insomnes. Esta forma de lectura –ansiosa, obsesiva, culpable– encuentra hoy un correlato perfecto en una práctica cultural más reciente: el “binge-watch” (o “atracón audiovisual”), es decir, la creciente costumbre de ver múltiples episodios o capítulos de una serie de televisión o una saga de películas, uno tras otro, en una sola sentada (o echada).
6. Aunque el universo de lo que se ha llamado “el policial nórdico” –o, con más precisión, el “noir escandinavo”– es inmenso, casi todo él acaba tarde o temprano convertido en serie de televisión o película. (O al revés: lo que empezó como una serie o película termina inspirando su “novelización”). ¿Por dónde empezar?
7. Quizá no sea mala idea empezar por los clásicos más o menos recientes. Por ejemplo, por los relatos de Henning Mankell y su detective, Kurt Wallander, un policía en Ystad, una pequeña ciudad al sur de Suecia. El peso de los años y de los casos se van acumulando en el melancólico Wallander, que es uno de esos investigadores a los que la inteligencia no les basta para sobrevivir indemnes a los horrores de su oficio. Luego de 12 novelas, Wallander acaba, casi como si fuera una bendición, sumergido en el Alzheimer. Hay múltiples versiones de estas novelas: la mejor es la sueca Wallander que, en tres temporadas producidas entre 2005 y 2013, ofrece 32 capítulos que duran cada uno lo que dura una película y que no solo adaptan sino que amplían el canon del detective (en nuevas historias propuestas y a veces desarrolladas por el mismo Mankell). Hay además una buena variación inglesa del personaje, también titulada Wallander, protagonizada por Kenneth Branagh (que ahora se ha dedicado a interpretar en el cine al detective Poirot de Agatha Christie): son 12 capítulos de hora y media cada uno. Y si todavía queremos más, se pueden ver en Netflix los 12 episodios de El joven Wallander (2020-2002).
8. Pero se puede retroceder y empezar con clásicos anteriores, “fundacionales”: las 10 novelas del detective Martin Beck, creación de una pareja de comunistas suecos, Maj Sjöwall y Per Wahlöö. Entre 1965 y 1975, estas diez novelas definieron el modo de la novela policial escandinava: su paciente cuidado en la construcción y desarrollo de los personajes, sobre todo del detective, que es un temperamento a través del que se retratan crímenes que son el eco o la expresión de grandes males sociales. No hay buenas adaptaciones de las diez novelas de Sjöwall y Wahlöö, pero sí una larga serie sueca que, aunque solo retome la figura del detective Martin Beck, se deja ver con provecho y placer: Beck, que en sus 50 capítulos, producidos a lo largo de 26 años (1997-2023), ha sido protagonizada por el mismo actor, Peter Haber.
9. O si se quiere empezar con algo clásico pero aún más reciente, la trilogía póstuma de Stieg Larsson Millenium es otro buen principio. Concentradas en las investigaciones de una hacker, Lisbeth Salander, y un periodista, Mikael Blomkvist, estas son novelas que expanden pero también varían la tradición del policial escandinavo: expanden las inclinaciones digresivas de esa tradición –Larsson, famosamente, puede detenerse, como Zola, por páginas y páginas en la explicación del origen de una flor–, pero sus detectives son ya figuras antiestatales, en lucha con un mundo oficial minuciosamente corrupto. De las adaptaciones, no es mala la película gringa de David Fincher, La chica del dragón tatuado (2011). Mejor es la adaptación sueca de 2009 de la trilogía completa: Los hombres que no amaban las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire.
10. Hay, por supuesto, un buen “noir escandinavo” televisivo que no empezó en la literatura (aunque casi invariablemente acabe en ella, en «novelizaciones»). Sus clásicos son conocidos: la danesa The Killing: Crónica de un asesinato (2007-2012), de la que hay una buena versión gringa del mismo nombre (2011-2014), la sueco-danesa El puente (2011-2018), de la que también hay una versión gringa (aunque mala) o la islandesa Atrapados (2016-2021).