“Los secretos de Dumbledore”: El naufragio de J. K. Rowling
Un crítico estadounidense resumió esta película, la tercera de la saga “Animales fantásticos”, que funciona como precuela de las aventuras de Harry Potter, con la siguiente frase: “Lindas imágenes, ninguna trama”.
Una curiosa sentencia para una película que debe su existencia a una escritora. Una que, además, es una de las más vendidas y famosas escritoras del mundo, J. K. Rowling. Y, sin embargo, la sentencia es verdadera. Está claro que, luego de publicar los siete libros de Harry Potter, Rowling no ha podido escribir otra historia decente conectada con el mundo que creó con tanta imaginación en ellos.
Tales cosas pueden ocurrir. Quizá Rowling, como se dice, “se quedó seca” después de su proeza. Al mismo tiempo, seguramente tuvo que soportar varias atmósferas de presión para que la repitiera. Podemos imaginar la ansiedad de los productores de la Warner y los halagos que deben de haberle hecho para que siguiera haciéndoles ganar plata; esas charlas de alto nivel en las que le mostraron cifras, le aseguraron que era genial y podía hacer lo que fuera. Charlas y sugestivas cifras que la metieron en el lío en el que ahora se encuentra, como responsable de alimentar con historias una gigantesca máquina de producir películas montada en torno suyo. Responsabilidad que, ay, es incapaz de honrar satisfactoriamente.
Esto para seguir pensando bien de la Rowling, porque resulta difícil creer que alguien que creó libros tan persuasivos y atrapantes, tan encantadores y emocionantes, hoy no se dé cuenta de que sus historias son tan confusas, tan mal desarrolladas, tan poco interesantes; que ya no cuenta con esa habilidad, ese instinto, casi imposible de reducir a una fórmula lógica, que permite contar bien un cuento. Pero quizá sea así; quizá la fama y la fortuna la volvieron necia y entonces se crea de verdad que sus guiones (en particular este y el anterior, “Los crímenes de Grindelwald”) valen algo. No lo sabremos nunca. Lo cierto es que, volviendo al comienzo, la última película que salió de su magín es “visualmente linda y sin ninguna trama”.
A pesar de ello, intentemos presentar algunos hechos. Motivado por racismo, Gellert Grindelwlad (encargado a Mads Mikkelsen, luego del despido deshonroso de quien interpretaba a este personaje en la anterior película, Johnny Depp) sigue en su campaña para iniciar una guerra de los magos contra los “muglets” o seres humanos no mágicos. Se opone a este designio otro gran hechicero, Aldus Dumbledore (Jude Law). Pese a que es el mago más poderoso del mundo, no puede actuar directamente contra Grindelwlad porque en el pasado, cuando ambos eran jóvenes, hicieron un pacto de sangre y amor. (Ya sabíamos que Dumbledore era homosexual, no se trata de ninguna revelación). A causa de ello, el profesor del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería reúne a un grupo de magos para que actúen en su nombre, entre ellos Newt Scamander (Eddie Redmayne), el experto en animales fantásticos. Este grupo recibe instrucciones compartimentadas que nadie más conoce, lo que pretende evitar que Grindelwlad mire el futuro y adivine el plan, lo que es estúpido, porque si Grindelwlad puede ver el futuro (cosa que no intenta hacer ni una vez en toda la película) entonces podría ver el resultado del plan e igualmente lo podría impedir, aunque no conociera la forma en que sus adversarios llegaran a ese resultado. En realidad, el pretexto de la compartimentación es para esconder que Rowling (y por tanto David Yates, el director) no sabe qué hacer con su grupo de conjurados, los tiene recorriendo distintas locaciones sin ningún propósito claro excepto sufrir distintas trampas y percances, que no se conectan en un todo comprensible. Como en las otras películas de esta serie, la magia es abundante, pero tiene otro carácter que en tiempos de Harry Potter, más bien onírica y carente de efectos narrativos (por ejemplo, el enfrentamiento entre el oscurus Credence y Dumbledore, prometido desde “Los crímenes…”, termina siendo agua de borrajas). A ratos el filme parece uno de esos experimentales en los que los personajes sufren visiones y la diferencia entre realidad y fantasía es incierta.
La puestas en escena y las locaciones son lo más destacable, muy elegantes y plásticas, aunque realzan el efecto de que el mundo mágico es el resultado de procesos alucinatorios.
Lo único con ángel en esta propuesta resulta, a mi juicio, las criaturas fantásticas, que son el solo objeto en el que los efectos especiales dejan de ser un sucedáneo de la falta de ideas narrativas y en cambio logran conectarnos, así sea brevemente, con el encanto y la seducción de la saga Harry Potter.