Madres paralelas de Almodóvar y 11 películas más

1. A estas alturas, las 22 películas dirigidas por Pedro Almodóvar en un poco más de 40 años (su primer largometraje –Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón– es de 1980) tienden a confundirse y mezclarse en la memoria. Es algo que sucede con directores que –matices más, matices menos– hacen casi siempre la misma película. Este no es necesariamente un juicio de valor: también Yasujiro Ozu (para muchos el mayor director japonés del siglo XX), también Woody Allen (un clásico de los años 80) pueden ser considerados de la misma persuasión y costumbre.

2. Son tres los modos que, en distintas cantidades, concurren en una película de Almodóvar, variaciones todos de modos del cine clásico norteamericano (aquel de las tres décadas entre 1930 y 1960). A saber: el melodrama, la comedia de enredos y el noir de pasiones que consumen y obsesionan. 

3. De hecho, lo que con frecuencia intenta Almodóvar en sus guiones es organizar melodramas como si estos fueran comedias de enredos, es decir, mecanismos de una precisión explícita y obvia, a la vista: piense, por ejemplo, en Todo sobre mi madre (1999) y, antes, en Qué he hecho yo para merecer esto (1984).

4. Madres paralelas busca ser un melodrama hecho y derecho, “puro”, si se quiere. Lo que esto quiere decir es que Almodóvar usa en él los que una definición del género juzgaría impulsos melodramáticos imprescindibles: las interminables angustias identitarias desencadenadas por la fragilidad de las filiaciones familiares (orfandades, separaciones y ausencias, misterios varios), repentinos descubrimientos, giros y revelaciones (lo que los antiguos llamaban anagnórisis), o la paranoica sospecha de que, en el mundo de los afectos, nada es casual y todo está conectado.   

5. Almodóvar nunca ha demostrado esforzarse mucho en la construcción de sus enredos melodramáticos. Invariablemente, los movimientos gruesos de uno de sus guiones son  variaciones de premisas sacadas de un manual telenovelero, con abundancia de gente perdida o separada que se reencuentra, de identidades que se revelan o se transforman para sorpresa general, de casualidades y accidentes trágicos. En Madres paralelas, Almodóvar se esfuerza aún menos: acude al viejo truco de los bebés mezclados por error en el hospital poco después de nacer.

6. Luego de 22 películas, habría que hacer un censo de lo que Almodóvar no ha hecho todavía. Posibilidades: la película de los mellizos idénticos separados por el destino, uno bueno y el otro malvado; la hija que compite con la madre por el mismo amante; el hijo que, al morir la madre, va en busca del padre ausente y desconocido, etc. Pero no seamos injustos: de estas posibilidades, ya dos fueron hechas por Almodóvar.

7. Cuando los melodramas de Almodóvar funcionan, es porque hay en ellos: a) secuencias de brillo visual; b) un llevadero desenfado humorístico. De lo segundo hay en los últimos 20 años de su filmografía poco memorable, tal vez porque sus provocaciones se han convertido generales y rutinarias en la cultura. Sobre lo primero, hay que lamentar que Almodóvar haya ido progresivamente circunscribiendo su genio visual a los interiores o, con más precisión, a la decoración de esos interiores. Esta es una inclinación de antigua data: se anuncia en su ímpetu pleno, para celebración de hipsters del mundo entero, con el piso –el departamento– de Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), que recordamos a ratos más que la trama de esa película.

8. En Madres paralelas, y mientras nos aburrimos con su trama, es fácil regodearse, atentos, en la minuciosa decoración del departamento de la protagonista, una de las madres del título (Janis, interpretada por Penélope Cruz, que ha sido nominada al Óscar por su trabajo). ¡Qué lindo ese rojo profundo de la puerta, que hace juego con una de las blusas favoritas de Janis y con uno de los varios últimos modelos de Suzuki que vemos al final de la historia! El amarillo intenso de algunos muebles y del pasillo hacia el ascensor es también impresionante. Lo es menos el verde salvia pastel de las paredes del depto, llegado directamente de una película de Wes Anderson.

9. En efecto, nada de esto es casual. El productor, Antxón Gómez, ha dicho que en Madres paralelas “la decoración es un personaje más”. Habría que añadir que puede que sea el personaje principal. Y a esa centralidad se adapta el resto: por ejemplo, la más bien genérica composición de planos y tomas. Compárense estas pobrezas formales con las más satisfactorias bellezas de la última película de Steven Soderbergh, Kimi (2022), casi enteramente filmada en un piso (por el mismo Soderbergh manipulando la cámara), una especie de La ventana indiscreta para la pandemia (y protagonizada por la nueva Gatúbela, Zoë Kravitz).

10. Por lo demás, en su uso desganado de arquetipos del melodrama, distraido componiendo tanta fotografía para revista de decoración, Almodóvar se olvida incluso de demostrar interés en las coherencias causales necesarias en el cine clásico que copia. Resumiendo: su guion es de una torpeza ostentosa. Las inconsecuencias se acumulan: una madre entrega a su hija a la madre biológica (¿verdadera?) diez minutos después de que esta última descubre que lo es; la protagonista retoma sin mayores explicaciones su relación amorosa con un hombre que la había abandonado de buenas a primeras porque, sin ninguna evidencia, sospechaba que la hija que habían tenido no era suya (es una bebé a la que se le nota mucho “lo étnico”, dicen en la peli), etc. Según una adopción eufórica del conocido consejo narrativo de Chejov (“no muestres una pistola cargada en una escena si no la vas a disparar después en otra”), en la lamentable parte final de la película se nos habla de sonajeras y ojos de vidrio que se materializarán dos minutos después en una fosa común con los restos de desaparecidos del franquismo.

11. Se ha ponderado la intromisión de la historia en esta película de Almodóvar. En efecto, lo que hace arrancar el relato es el encuentro de una fotógrafa (Cruz) y un arqueólogo forense (Israel Elejalde), especializado en la recuperación de restos de desaparecidos forzados del franquismo (más de 100.000 personas, dice la película). Pero también se nos anuncia, en los primeros 5 minutos, que eso de desenterrar a los muertos –“y cosas así”– toma su tiempo, así que la película, para alivio de Almodóvar, abandona el tema y solo lo retoma al final. Cuando lo retoma, lo hace como quien cumple un deber incómodo: sin explicaciones, apurado, en diálogos llorones y didácticos. Su corazón está en otra parte: ¿en la polera blanca de Dior con la que Penélope corta las papas para una tortilla, esa que lleva estampada la frase ‘All women should be feminists’ de la escritora Chimamanda Ngozi Adichie y que Dior vende por 710 dólares?

12. Estos melodramas sonámbulos de Almodóvar son ecuaciones rutinarias que registran relaciones precisas entre personajes indiferentes, estos últimos ya cantidades conocidas o que nos da pereza conocer. Aunque es posible, claro, y hasta probable, que este reseñador se equivoque por completo y que no sea la persona adecuada para emocionarse con melodramas woke y post. Y hasta puede ser que, a la hora de desperdiciar un par de horas en interiores perfectos, este reseñador prefiera el catálogo en línea de Ikea o el de Pottery Barn. De cualquier manera, juzgue usted solito: Madres paralelas está en Netflix, junto a 11 otras películas de Almodóvar. 

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