“Reckoning” y los asesinos en serie

Los crímenes en serie tienen una obvia relación con la sociedad industrial de la que han surgido. No solo que su “producción” tiende a ser incesante —hasta que el criminal es detenido—, sino que se realizan para lograr una gratificación tan inasible como irrefrenable, algo que podría servir de definición de la forma contemporánea de vida. Las personas, en especial las mujeres, son vistas como seres desprovistos de significado y, en esa medida, meros significantes útiles para la enunciación de un mensaje macabro, cuya clave generalmente está enraizada en alguna peculiar forma de sufrimiento infantil. El odio a la madre, el deseo por la madre, la culpabilidad derivada de la experiencia vivida por y con la madre, estos sentimientos son el móvil. Los asesinos son misóginos que castigan o “redimen” a una mujer en el cuerpo de otras, que por fuerza son despersonalizadas: meros reflejos y evocaciones de una adversaria original.
Los asesinatos en serie son en realidad feminicidios que se consuman en una multiplicidad de víctimas. Como tales feminicidios, están estrechamente vinculados al machismo. El macho que captura y arrasa, que hinca su cuchillo como un falo y que sujeta a la mujer de la manera que le ofrece el mayor control: tomando fuertemente su cuello con las dos manos.
Al pertenecer todos al mismo criminal, estos asesinatos también pueden ser —o, al menos así se los presenta— el “medio de expresión” de una retorcida, pretenciosa y vulgar “imaginación artística”, o de la busca de un orden sangriento dentro del caos general o del deseo de trascender a través de la sordidez y el nihilismo.
La curiosidad y el morbo que despiertan los asesinos en serie no tienen par. Así que son un motivo recurrentemente tratado por las industrias culturales. Sobre todo por la industria anglosajona y la escandinava, ya que en estos ámbitos geográficos el género negro tiene un mayor desarrollo. Además, por alguna razón que se me escapa, en ellos no desentona el que las víctimas sean elegidas casi que al azar. Los intentos latinos de aprovechar esta temática resultan, en cambio, poco verosímiles. Los mejores suelen haber sido combinados con tópicos más próximos a nuestra cultura, como la brujería y el melodrama familiar (por ejemplo la Trilogía del Baztán, de la que han salido dos películas: El guardián invisible y Legado en los huesos, disponibles en Netflix).
Hoy por hoy, el formato más idóneo para el género policial —y, por tanto, para el subgénero de los asesinatos múltiples— son las series de televisión y streaming. El suspenso incrementa su poder gracias al ritmo sinuoso y la dilación regulada que son congénitos a esta clase de productos. Además, el deseo de conocer la identidad del asesino o, en muchos casos, la forma en que este será capturado, constituyen un fuerte y afilado gancho de la atención del público, muy útil para que los productores de las series logren su propósito prioritario: hacernos ver, también, el siguiente capítulo.
Decenas de series y películas de Netflix están dedicadas al descubrimiento de un asesino en serie. Los tropos que podemos hallar en ellas son parecidos. Para encontrar al criminal, el detective debe investigar la “huella” que aquel ha dejado en los crímenes. A diferencia de lo que ocurre en la vida real, esta huella no solamente es física —el rastro de algún fluido, una pisada, etc.—, sino moral, lógica e incluso literaria. Los diversos crímenes funcionan como piezas de un acertijo que el detective debe resolver para evitar que la serie continúe. En esa medida, estas historias forman parte de los “policiales de enigma”, si queremos emplear la clásica partición de la novela policiaca en dos clases: el misterio psicológico e intelectual, por un lado, y la persecución de justicia por parte de detectives marginales y violentos, por el otro. Sin embargo, muchas de las series de las que estamos hablando combinan estos dos grandes subgéneros: los detectives buscan claves al mismo tiempo que viven sus anécdotas personales, pierden o ganan esposos, chocan contra sus jefes y colegas, son originales y comprometidos, y sufren por ello. Su personalidad es la verdadera protagonista de la narración.
A esta altura, el tema de los asesinos en serie ha sido tan explotado que los nuevos abordajes se tornan manieristas y artificiosos. Se observa un cierto agotamiento creativo. Algunas series, sobre todo las escandinavas, tratan de diferenciarse mediante el extremar la violencia física y la sordidez. Otras son todo lo contrario, de un estilo casi naif: presentan el matar y morir como si fuera un juego de mesa. Y existe una gran cantidad de casos intermedios.
Si en la novela negra la extenuación del género se combate (y al mismo tiempo se asegura) con la invención de detectives de nuevos tipos, los cuales —es lo convencional— protagonizan varias historias diferentes, en el subgénero dedicado a los asesinatos en serie lo que varía es la índole del asesino. Tenemos desde el asesino místico de “Siete pecados capitales”, hasta el bobalicón de “El asesino del Zodiaco”, pasando por el polimórfico de “Robando vidas” o el historiador y criminólogo de “Coleccionista de huesos”.
Dada la necesidad de inventar asesinos de nuevas clases, estos resultan cada vez más inverosímiles, como ocurre en “Reckoning (Ajuste de cuentas)”, una miniserie australiana que está exhibiéndose en Netflix en este momento. Su asesino no solo es guapo (lo que no resulta imposible ni siquiera en la vida real, como indica el caso de Ted Bundy), sino que además es “cool” y puede despertar profundas lealtades entre sus allegados. No hay nada horroroso en él. Tampoco es narcisista o prepotente; en fin, se trata de un tipo más con problemas de adicción —y su vicio es matar— que otra cosa.
Esto hace que todo la aventura de atraparlo sea algo descafeinada y tenga que aderezarse con un sinfín de otros elementos. Los crímenes son solo el eje narrativo en torno al cual el guionista (David Hubbard) ha puesto lo que de verdad le gusta e interesa, que es el culebrón. Tanto el asesino como el detective son lo que se dice “hombres de familia” y viven en un pueblo, así que la relación que tienen con sus esposas y sus hijos, y la de los chicos entre sí, ocupa un lugar no menor en la trama.
Lo mejor de “Reckoning” es su relativa concisión (10 capítulos) y que no esté llena de esas “pistas falsas” que tantas otras series usan para prolongarse innecesariamente y tomarle el pelo al espectador. También está bien actuada. Con la debida suspensión de la incredulidad, uno puede pasarse un buen rato con ella. El final resulta decepcionante. Parece haber sido escrito para despertar expectativas en la audiencia sobre una segunda temporada, la que, aparentemente, no se dará. Se puede tomar, entonces, como un final “semi-abierto”.

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4 comentarios

  1. Pues esta me parece una opinión elitista, como de alguien salido del Franco, el SAS o el Alemán. Quizás el sr. Molina no se considera blanco, a pesar de lucir una barba frondosa al estilo de los colonizadores hispanos. Además, tiene textos muy elitistas sobre cómo usar el lenguaje castizo correctamente. ¡Vaya cambios de personalidad!
    ¡Viva el trotskismo solo cuando las chicas lindas (y algo enanas) lo apoyan también!

  2. Olvidé mencionar las valiosísimas y hermosas reseñas de filósofos castizos, hispanos, que publicaba el campeón del antielitismo, Molina. Ni un solo filósofo bolita, ni uno; los debía tener en menosprecio, seguro. La filosofía era sin duda para él un fenómeno de elite europea.
    Hay un dicho popular que dice «no escupas en la mano que te da de comer»; quizás el plebeyismo doriamedinista de Molina no es lo suficientemente horizontal como él mismo quisiera creer.
    ¡Que siga el sitio!

  3. Queridísimo Fernando:
    tu conversión al radicalismo nos ha alegrado muchísimo a mí y al Alvarito. Estamos ingresando al momento del segundo embate revolucionario del Proceso y vamos a tomar el poder en estos días. Como usted ya es un soldado de la causa, le pediremos unos sacrificios (no muchos, por su pertenencia de clase y su condición social privilegiada). Mire, lo que debe usted hacer es decirles a sus sirvientas, la Elsa y la Nieves, que vayan al frente del pelotón que enviaremos en contra de los j’achus y militares vendepatrias.
    Hermano Molina, hoy más que nunca debe usted sacrificar así los lujos a los que su clase le tienen acostumbrado y responder al llamado milenario de la revolución india en este país.
    Un abrazo,
    Su único jefe verdadero, por encima del billete de Doria,

    J. R. Hormonas
    P.S. Cuando me visite a la embajada de uno de nuestros destinos vacacionales favoritos, no olvide cocinar el ají que le invitó a los de Neurona. Si era la Elsa o la Nieves las que los cocinaron, pues no se preocupe, ya le reponemos las empleadas.

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