ROMA. El Placer de Contar

Roma, la última película de Alfonso Cuaron se acaba de estrenar en Netflix, después de haberse proyectado en algunos festivales (ganó el León de Oro en el pasado Festival de Cine de Venecia) y en unas pocas salas. Esta limitada presentación en los cines (y no directamente en Netflix) se debe según entendemos, a la necesidad de no quitarle las posibilidades de acceder a los reconocimientos de la industria cinematográfica, el principal el Oscar, en el que se supone podría ganar la estatuilla destinada a las cintas de habla no inglesa.

Pero más de allá de las características de su producción y explotación comercial, vale la pena hablar de Roma porque se trata de una película esplendida, destacada por la forma en la que desarrolla su estilo, magistral en cuanto a su construcción narrativa.

EL PLACER DE CONTAR

Para narrar su historia Cuaron recurre fundamentalmente a los planos generales expresados a través de paneos   y travelings laterales. De manera tardía, cuando la historia ya está en pleno desarrollo, comienzan a aparecer los planos medios, y solo en algún momento, central en la trama (cuando la protagonista ha sido abandonada por ejemplo), hay un acercamiento al primer plano. De igual manera, la visión que el realizador nos impone de su mundo es “de costado”,  descriptiva, rara vez los travelings avanzan de frente (cuando la familia vuelve de la playa), de esa manera nos sentimos menos participes y más espectadores del relato.

¿Cómo se puede contar una historia intimista a través de planos generales, con imágenes tan lejanas?, Cuarón lo hace combinándolas con sonidos caseros y diálogos cálidos, de esa manera no solo rehúye la frialdad, sino que nos ofrece una forma peculiar de acercamiento. Desde un inicio los sonidos corresponden a lo más íntimo de la vida hogareña (el fregador limpiando el piso, ruidos de cubiertos colocándose sobre la mesa, los pasos apurados que delatan una familia compuesta por varios niños, etc.), pero por otra parte los textos, sin ningún tipo de complejo, expresan el cariño y la cercanía en la relación existente entre la empleada y los niños; en los minutos iniciales Cloe, la “nana” indígena canta una canción de cuna, luego los “te quiero” o expresiones similares se vuelven cada vez más frecuentes.

No es la primera vez que el director demuestra este manejo eficiente en el tratamiento narrativo de la complementariedad entre imagen y el sonido. En Gravity (2013), su anterior película, combinaba los silencios desoladores con los movimientos circulares (en sentido de la rotación de la tierra), para retratar la soledad desesperante del espacio. En Roma, en un contexto distinto, vuelve a mostrar similar maestría en la combinación audiovisual.

Y como otro ingrediente central de ese acercamiento (autobiográfico según dicen varias notas periodísticas), se encuentra la descripción detallada de la época a través los elementos del “arte” (escenografía, decorados, etc.) en el marco del blanco y negro de la fotografía, y la banda sonora, alimentada por música pop de la época.

LA NANA Y LOS NIÑOS

En una carta escrita a una de sus hijas, Marx le señalaba que “lo revolucionario” en el arte, no se expresa de la misma manera que en la política. La frase viene a cuento, porque una de las constantes de la recepción de la intelectualidad a los productos artísticos consiste en pedirles  una especie de validación ideológica (panfletaria podríamos decir en términos más simples). En los sesenta o setenta ocurría con la filiación de izquierda, hoy se da más con lo políticamente “correcto”.

En realidad, a pesar de que se disfrace de progresismo,  se trata de una tendencia muy conservadora, heredera de la moralina religiosa. La idea de que toda creación para ser válida tiene que tener una “moraleja”, dar una enseñanza, tratar de ser “trascendental”.

En Roma, Cuaron con una honestidad intelectual sorprendente, retrata la relación de cariño entre una empleada indígena y la familia para la que trabaja. Hubiera sido muy fácil para el realizador dar algún golpe bajo, y de refilón denunciar la subordinación social, ganándose algunos aplausos extra (no puedo dejar de imaginarme que si no se tratara de un realizador tan prestigioso, alguien ya habría  saltado diciendo que su historia “naturaliza” la desigualdad, aunque quizás todavía ocurra). Pero  su intención es relatar la relación emocional pura y simple. No es que soslaye la relación social que se da entre los personajes, sino lo que hace es mostrar un vínculo que se desarrolla en determinado contexto histórico y social.

De esa manera el realizador mexicano reafirma uno de los principios a mi juicio fundamentales en el acto creativo: la autenticidad, el no fingir, ni suplantar realidades a las que no pertenecemos. Cuaron (como muchos de los miembros de la clase media tradicional latinoamericana, como quien suscribe estas líneas) tuvo una nana de procedencia campesina o indígena, y en ese marco desarrollo una verdadera relación filial, amorosa en el mejor sentido de la palabra. Eso es lo que Roma en realidad narra.

Inclusive aquellas reseñas que apuntan a una “alianza de mujeres” como eje temático de la cinta, a mi juicio se equivocan. El realizador deja claro que antes de que se desencadenaran las crisis de empleada y patrona, ya había una relación de cariño incondicional (Cloe le cuenta a Sofía, que está embarazada y le pregunta ¿me vas a echar?, Sofía replica inmediatamente “como se te ocurre, tenemos que ir al médico ya mismo”).

Roma es la obra madura de un realizador que ya en sus anteriores trabajos mostró maestría en el manejo de los recursos lingüísticos de la imagen y el sonido, pero que ahora llega a una plenitud que antes solo había sido preanunciada, y que lo coloca por encima de sus compañeros de generación. No conocemos las otras cintas nominadas al Oscar, pero queda claro que gane o pierda, la cinta va a quedar registrada como uno de los mejores productos del comienzo de siglo.

Publicaciones Similares

Deja un comentario