“Sully”: El triunfo del hombre común
La última película del octogenario Clint Eastwood no desmiente su fama de depurado artesano del cine. Esta vez Eastwood ha elegido una de las historias que le encanta contar: la de un hombre que se entrega a su propia individualidad y con ella salva vidas y hace el bien, y por eso es oprimido por las instituciones. La inclinación política del director, que es un inveterado derechista, explica esta preferencia.
Sin embargo, si bien esta película es como todas susceptible de recibir una interpretación ideológica, allí donde cuenta, que es en el terreno estrictamente cinematográfico, puede ser admirada por la mayoría de los espectadores, sin importar la preferencia política que tengan estos.
La película cuenta una historia verdadera: la del piloto que acuatizó un gigantesco Airbus en el río Hudson, en medio de Nueva York, en 2009. Un hecho en su momento muy célebre, lo que significa que su memoria sigue fresca. Por esto Eastwood debió contar con que sus espectadores sabrían que el llamado “milagro del río Hudson” terminó incruentamente: todos los pasajeros y los tripulantes del avión sobrevivieron. También debía contar con que muchos sabrían los detalles del accidente, como que una bandada de aves fue la que averió los dos motores del aeroplano, o como que el hecho sucedió en invierno y por tanto los rescatistas de la ciudad tuvieron que dar lo mejor de sí para sacar a los sobrevivientes del río en tiempo récord.
El desafío para el director (y el guionista) fue, entonces, crear suspenso e interés con este material que algunos críticos han considerado “pobre y piojoso”. La respuesta fue esa que implica la cuestión ideológica antes mencionada: enfrentar al capitán “Sully” contra la burocracia de la aeronáutica estadounidense, misteriosamente empeñada en demostrar que la decisión de acuatizar fue errada y que hubiera sido mucho mejor para todos (sobre todo para los dueños de la aerolínea) que el avión intentara retornar a la pista de La Guardia de la que acababa de salir. A lo largo de este conflicto, la burocracia tiene de su lado las máquinas, los informes y los procedimientos. En cambio, Sully únicamente cuenta con la convicción de que dejarse guiar por los instintos, como él hizo, ha sido la mejor decisión.
Sully, un hombre tranquilo y lacónico pero no frío, es interpretado por un Tom Hank en pleno dominio de sus facultades actorales, quien resuelve muy bien el problema que siempre ha representado mostrar contención y emocionalidad al mismo tiempo. Un problema que la misma película, y por tanto el director Eastwood, también enfrentan y superan con creces. Hank es un especialista en héroes ordinarios, normales, ya que es fácil identificarse con él: no es particularmente guapo, no es particularmente atractivo o brillante. Por lo demás, hace un trabajo de una precisión impecable.
A lo largo del filme, el director recrea no una vez, sino muchas veces el incidente con las aves y la necesidad del aterrizaje de emergencia. Pese a que en todas las ocasiones sabemos qué va a pasar, igualmente nos emocionamos una y otra vez con los detalles, quizá por la misma razón que nos resultan atractivos –para el morbo– los detalles de un accidente que sí ha acabado con sangre: por la sensación de que cada suceso en la vida resulta de una azarosa y complejísima secuencia de hechos. Y, claro está, porque queremos saber si Sully se equivocó o no.
Una lectura adicional, solo posible para los bolivianos, que estamos de luto por el accidente del avión de Lamia en Colombia, nos permite observar la actuación de una burocracia aeronáutica desalmada pero envidiablemente eficiente.
Es difícil mencionar el gran error de la película sin introducir aquí un “spoiler”, así que solo diré, a este respecto, que el final está demasiado armado con el expreso propósito de sorprender y emocionar como para que resulte verdaderamente sorprendente y emocionante.
“Sully” es un filme optimista sobre el individuo humano, hecho en un tiempo de descreimiento y de cinismo.