“Supacell” y “Mi villano favorito 4”, los estrenos de la semana

Si uno solamente leyera la ficha que pone Netflix para invitarnos a ver su último lanzamiento, “Supacell”, probablemente decidiría pasarse de largo: “Otra más de superhéroes, por Dios”. Pero sería un error. En efecto, “Supacell” va de gente común que comienza a experimentar súper-poderes, que no es precisamente una idea original. También va de una organización que persigue e intenta usar a estas personas especiales, lo que tampoco es una cosa que se acabe de inventar. Y, sin embargo, esta miniserie de seis capítulos resulta muy singular.

Creada por Rapman, un prodigio británico que produce música, escribe historias y dirige películas y series de TV, “Supacell” ha recibido una calificación perfecta de los críticos de Rotten Tomatoes: 100% de reseñas positivas.

La razón está en que, igual que otras obras de Rapman, esta recrea de un modo muy interesante la vida de los afro-británicos jóvenes, sus problemas sociales, sus dificultades con la pobreza, la ley y el racismo. Lo logra gracias a un guión convincente y atractivo, y a una cinematografía específicamente adaptada para contar las historias de la gente negra del Reino Unido. Además, cuenta con un elenco de actores bien atractivo, compuesto por actores nuevos pero competentes.

Podría decirse que “Supacell” constituye exactamente el reverso de la mayoría de las películas de superhéroes: se apoya muy poco en los efectos especiales y mucho en el “storytelling”, la narración de historias humanas.

El protagonista principal es Michael Lasaki (Tosin Cole), un repartidor de comida que vive de manera idílica con su prometida desde la época escolar, Dionne Ofori (Adelayo Adedayo), con quien piensa casarse y comprarse casa, auto, etc. Enfrentado a una situación límite, evita la muerte de una forma completamente sobrenatural. Michael es capaz de teletransportarse en el espacio y en el tiempo, lo que le lleva a saber que el amor de su vida morirá en pocos meses, a no ser que reúna a otros jóvenes como él, con superpoderes, para evitarlo, si bien no sabe cómo. Esto se verá obstaculizado por una agencia secreta que captura y encierra a quienes presentan esta nueva “enfermedad”.

Este es el argumento, pero, al mismo tiempo, no lo es. Lo que en verdad cuenta es otra cosa. La miniserie retrata con detenimiento a cada uno de los “súpers”: el papá superfuerte que no tiene dinero, pero quiere recuperar a su hijo; la enfermera Quijote (telequinética) que vive con su hermana Sancho Panza; el delincuente juvenil que quiere usar su don de invisibilidad para convertirse en un hampón importante, aunque sus aires de duro no alcancen; el vendedor de marihuana con supervelocidad, etc. Estamos de su lado, claro; los comprendemos.

Mientras Max estrena su supercostosa y superlarga “La casa del dragón, Netflix propone con “Supacell” otro tipo de fantasía, digamos que menos industrial, más compacta e idiosincrática. Lo que no nos impide ver ambas, por supuesto.

“Mi villano favorito 4”

Ya sabemos que la industria cinematográfica se ha dedicado a las franquicias, que le ahorra riesgos. Invertir X millones a la cuarta o la quinta parte de un éxito ya conocido y amado por todo el mundo, ha resultado hasta ahora mucho más seguro que apostar por nuevas ideas. “Intensa Mente 2”, con sus tremendas ganancias, no lo desmiente. Se trata de una ley de mercado contra la que nada pueden hacer las exclamaciones de indignación de los que vamos al cine en busca, justamente, de nuevas ideas.

También es una ley que las cuartas partes nunca son mejores que las anteriores (antes se decía que las segundas partes no lo eran, pero hay que adaptarse a los tiempos). Si la franquicia “Mi villano favorito” había logrado varios hitos creativos: un grupo de personajes adorables, historias locas pero interesantes, dibujos fantásticos, en fin, en esta su nueva expresión quiere repetir todo ello, pero, como no sabe muy bien cómo, se repite, se estira, se complica, en fin, termina con una forzada imitación de sus anteriores versiones. Como sabemos todos los mortales, la segunda ley de la termodinámica se cumple impajaritablemente: con el suficiente tiempo, nada elude la decadencia.

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