V. Villava, el primer izquierdista de nuestra historia
“El imperio del trabajo”, libro en el que la historiadora Rossana Barragán ha vertido décadas de investigación sobre la historia laboral del Potosí colonial, cierra con dos capítulos que relatan un importante debate de 1793 sobre la “mita” o el reclutamiento forzado de indígenas para que laboren en las minas y la relación entre este debate y los conflictos sociales que hubo en ese momento en la minería y que, junto con muchos otros desajustes existentes en la época, constituyeron síntomas tempranos del derrumbe de la hegemonía colonial.
El tratamiento de este tema da un final cronológico y lógico a la historia de Barragán que comenzó, como ya hemos visto en otra entrada en este blog, hablando del impacto global del descubrimiento del Cerro Rico a través del análisis de algunas imágenes de este que circulaban en los mercados editoriales internacionales del siglo XVI. Con este comentario sobre estos dos capítulos nosotros también cerramos nuestra reseña en tres partes de la “magnum opus” de Barragán.
El debate sobre la mita lo inició, más bien involuntariamente, un fiscal de la Audiencia de La Plata de nombre Victorián de Villava, que estaba encargado, entre otras tareas en Potosí, de la protección de los indígenas. A diferencia de tantos otros que se habían desempeñado en el mismo cargo y no habían hecho nada, Villava era un funcionario consciente y estaba dispuesto a cumplir su deber.
Era un intelectual formado en España en las ideas ilustradas y modernas que tuvieron su auge en esa época que solemos calificar con el adjetivo de “borbónica”. En Europa fueron tiempos afiebrados por el impulso reformista y hasta revolucionario (transcurría entonces la Revolución Francesa y ya había ocurrido la Revolución Americana, que habían instaurado sendas repúblicas). En España se vivía un periodo de autocrítica por que el imperio, tan fulgurante en los siglos previos, estaba empobrecido, mientras que los reinos y ciudades “parásitos” del esplendor imperial, que lo habían provisto de manufacturas y se habían apropiado de la plata americana, eran ricos y comenzaban a industrializarse.
El personal borbónico fue enviado a América a hacer cambios radicales en el modus vivendi colonial que sin embargo no alteraran el dominio de la Corona ni los privilegios de la Metrópoli, y esto, a la postre, causó la revolución independentista. Una lección de historia que los latinoamericanos no hemos aprendido, pese a que fue la partera de nuestras naciones. Baste recordar aquí las reformas verdaderamente “borbónicas” de un Gonzalo Sánchez de Lozada en los años 90 del siglo XX, que también causaron una revolución por romper los ”pactos” largamente labrados entre el Estado y la sociedad civil bolivianos (como discuto en mi librito “El príncipe neoliberal”).
Villava fue uno de esos hombres que quería hacer más grande la vasija sin romperla, con la diferencia de que tenía la lucidez y la honestidad intelectual como para anticipar que esto sería imposible y al final el monarca perdería sus colonias, según nos cuenta Barragán.
En todo caso, era un hombre con la corrección ética y la sensibilidad social que se necesitaban para oponerse a uno de los poderes más consolidados y agresivos del establishment colonial, el gremio de los azogueros o propietarios de minas de Potosí.
En ese momento, algunos de los más destacados miembros de esta angurrienta asociación, Orueta y Jáuregui, esperaban resarcirse de una inversión fallida en tecnología minera con la obtención de una “mita nueva” de 180 trabajadores. Esto es, con una ampliación de la mita ya establecida, que era tan amplia como podía tras siglos de emigración/fuga de los indígenas del área, a raíz justamente de la existencia de trabajo minero forzado.
Villava redacta entonces un breve “Discurso contra la mita” que “tuvo una amplia circulación, generando un profundo impacto en los debates de su tiempo”, según señala Barragán. Este discurso fue contestado por el gobernador intendente de Potosí Francisco de Paula Sanz y por su asistente, Vicente Cañete, que en opinión de Villava estaban comprados por los mineros potosinos. Fuera así o no, estos cultos hombres movilizaron un conjunto de argumentos que, igual que los de su oponente, influirían fuertemente en los sucesos posteriores de Sudamérica y –en mi opinión, que no compromete la de Barragán– reverberarían en el pensamiento boliviano hasta nuestros días (aunque ya se los haya olvidado como fuentes primigenias).
Estos textos nunca se publicaron en el sentido actual de este verbo; se copiaban por decenas y llegaban a una buena parte de la élite letrada del Virreinato del Perú.
Villava puede considerarse el primer izquierdista de nuestra historia porque se opuso vigorosamente al trabajo forzado y a las razones racistas que se esgrimían en su justificación. Primero planteó, digamos que con volapié, que la mita era una forma de esclavitud, algo que, según explica Barragán, no se había dicho hasta ese momento y que luego se convertiría en lugar común para los patriotas.
Esta afirmación implicaba una equivalencia entre trabajo forzado y esclavitud que no era evidente en esa época (y que en realidad es imprecisa, pero que entonces tenía sentido político). Sanz, por su parte, trataría de justificar el carácter forzado del trabajo impuesto a los mitayos principalmente con dos argumentos: su utilidad pública o, mejor, su utilidad para el monarca –algo que le hacía ganar respaldo político– y, segundo, su carácter imprescindible, que según él se derivaba de la naturaleza perezosa y concupiscente de los indígenas potosinos.
Villava estaba obligado a refutar ambas justificaciones y para ello empleó varios argumentos ilustrados (igualmente racistas) y otros de carácter nacionalista, también pioneros.
Como se sabe, fue el ilustrado Montesquieu el que reintrodujo en el pensamiento occidental la noción aristotélica de la “inferioridad” de los habitantes de climas cálidos (que sin embargo nunca dejó de estar presente en las disquisiciones sobre los pueblos no europeos). Villava también creía que el comportamiento de los indígenas estaba “modelado” por el clima. Además, igual que los demás ilustrados, sumaba a la geografía la educación y el gobierno, en particular cuando este era despótico. Concluía que por no tomar esto en cuenta se confundía indolencia indígena con lo que en realidad era desconfianza de los patronos y los señores.
Por otra parte, decía Villava, otra idea ilustrada, que si los indígenas no trabajaban era porque debían “hacerlo para otros y no para sí”, una actitud que, por cierto, compartían con el resto de la especie humana. En otras palabras, la flojera no era inferioridad biológica y ni siquiera climática, sino una forma de evasión de la opresión. Este es un punto que la historia posterior probaría abundantemente. E incluso la historia de ese momento, hay que decirlo, porque los cajchas, los indígenas entraban a los socavones del Cerro Rico los domingos a “robar” mineral, hacían una labor más diligente que los mitayos porque se quedaban con los beneficios.
Por otra parte, afirmaba el fiscal de la Audiencia, la minería no era para utilidad del rey, sino de los mineros, a los que les exhibió las bonitas cifras de sus beneficios. Estos, como es usual, presentaron otros números para “demostrar” que… trabajaban a pérdida. En ese contexto, Villava se ubicó como uno de los primeros críticos del extractivismo en este territorio. Repitiendo a los filósofos y tratadistas españoles modernos, señalaba que “‘el dinero no constituía la sangre del cuerpo político’ y las minas no hacían la felicidad de una nación”, una posición contraria al mercantilismo sobre el que se había fundado el Imperio Español. Los ingleses tenían más riqueza que los españoles, aunque no tuvieran minas, porque en cambio poseían ganado, trigo y manufacturas. Estas cosas eran, entonces, las que se debía procurar sobre todo.
Con ello Villava se ubicaba, el primero, entre los “bolivianos” que han planteado que los recursos naturales no renovables deben “sembrase” en la diversificación económica, es decir, en el club de los nacionalistas (que generalmente han querido que sea el Estado el que se ocupe de convertir los minerales en desarrollo sostenible).
Hace años publiqué un libro sobre “El pensamiento boliviano sobre los recursos naturales” que ahora tendría que rescribir para que en él cupieran Villava, Sanz y Cañete como nuevo punto de partida.
¿Qué estaba mal en Potosí, entonces, en resumen, según afirmaba implícitamente Villava? No los trabajadores, sino el sistema laboral. La mita debía eliminarse, había que pasar de las relaciones forzadas a las asalariadas modernas o capitalistas. Esto, claro, no lo decía en estos términos. En todo caso, se trataba de un discurso muy poderoso que generó la reacción, como ya hemos visto, del establishment.
Además de negar la veracidad de la información que esgrimía Villava –que Barragán ha descubierto este basó en una investigación empírica–, Sanz lo consideró un portavoz, no de la Razón que se hubiera hecho un espacio en las colonias americanas, sino de su estamento más oscurantista, la Iglesia, que supuestamente operaba a través suyo para evitar que los indígenas terminaran en las minas, pero no por caridad, sino porque los requería para su propia mita, esto es, para que trabajaran de forma obligatorio para curas, monjas y posibilitaran la realización de fiestas religiosas, ritos y ceremonias masivas. De ahí el respaldo político que habría permitido a Villava enfrentarse a nadie menos que los mineros.
De ser esta acusación verdadera, Villava habría sido también el primer ejemplo de un fenómeno general en España y América: el carácter incompleto, ambiguo o, como muchos han dicho, “castrado” de la Ilustración hispanoamericana, en teoría avanzada y progresista, y en los hechos limitada por su sometimiento a los intereses latifundistas (es decir, tradicionales) y, por eso, a ciertas inercias medievales/coloniales.