Tierra fresca de su tumba de Giovanna Rivero: Las tres caras de la muerte
por Daniel Romero Sotomayor
Tierra fresca de su tumba (2020) es un libro de cuentos de la escritora cruceña Giovanna Rivero, publicado, más o menos simultáneamente, por las editoriales Candaya (España), Marciana (Argentina), El Cuervo (Bolivia) y Los Libros de la Mujer Rota (Chile). Esta aparición literaria, a contrapelo del silencio que suele rodear las publicaciones bolivianas, ha provocado un buen número de reseñas y notas (además de entrevistas a la autora). Los temas y preocupaciones en esos comentarios son similares: la “extranjería” de los personajes de Rivero (que son “fuereñas en lo fuereño”), la discusión en torno a lo “gótico” en estos relatos y el motivo del “entierro” en tanto hilo conductor del libro.
No hay lugar a dudas, por ejemplo, de que los cuentos de Tierra fresca de su tumba abordan todos el tema de la muerte, aunque cada uno de manera distinta. En los primeros dos relatos, digamos, la muerte es una forma de justicia: en “La mansedumbre”, el entierro del violador menonita Joshua Klassen (según formas de un ritual a la Pachamama) escenifica una reparación simbólica y en “Pez, tortuga, buitre” sucede algo parecido. En los siguientes dos cuentos, la muerte es una herida que reclama su curación: en “Cuando llueve parece humano”, el recuerdo de la muerte de una niña mordida por una culebra se entrelaza, al reaparecer, con la historia de una amistad; y en “Socorro”, los recuerdos de una muerte regresan de manera casi catártica. Finalmente, en un tercer espacio, la muerte es en los últimos dos cuentos del libro índice o correlato de la incertidumbre: en “Piel de asno” dos hermanos viven cierta precariedad o fragilidad tras la muerte de sus padres y, en “Hermano ciervo”, el cuerpo de una cierva muerta genera una crisis.
Más allá de la muerte, hay en este libro de Rivero, sin duda, como se señala en varias reseñas, otros hilos conductores: los dilemas de la extranjería, por ejemplo, son evidentes. En su lectura, Fernando Molina, por ejemplo, sostiene que los personajes de Tierra fresca de su tumba son bolivianos “a medias”, medio-bolivianos y medio-extranjeros (una menonita, una japonesa-boliviana, bolivianos en Estados Unidos y Canadá). Según Molina, la influencia de esta condición “expat” marca un nuevo rasgo de la literatura boliviana, ya “postmoderna nacional”. Por su parte, Mónica Velásquez propone una lectura de las “extranjerías dobles” de los personajes de Tierra fresca de su tumba. Según Velásquez, estas “extranjerías” intensas rompen los espacios de un binarismo desde un tercer lugar liberador. Anabel Gutiérrez León, por su parte, en una interpretación del tema del entierro en el libro, lo remite al ejemplo de Antígona: “En un gesto equiparable, los personajes de Rivero escarban la tierra fresca para ejercer sus propios ritos y salvar –o condenar– sus espíritus de los fangos existenciales que los aquejan”.
En una entrevista reciente, el crítico Luis H. Antezana insistía en recordar un artículo de fe de nuestra historiografía literaria: que los mayores libros de cuentos de la literatura boliviana son Sangre de mestizos (1936) de Augusto Céspedes y Cerco de penumbras (1958) de Óscar Cerruto. Y lo son, sugería, porque son libros “completos”, “redondos”, “orgánicos”. Con los mismos argumentos, tal vez Tierra fresca de su tumba, que es también un libro cerrado y completo, puede que tenga derecho a aspirar a convertirse en un clásico de nuestra literatura.