Canon y subversión: Sobre los ensayos de Javier Sanjinés
1. Primera descripción del libro: Escritos a lo largo de cuarenta años (1979-2021), los 18 ensayos reunidos en Canon y subversión nos permiten entrever el retrato intelectual de uno de los más influyentes críticos culturales bolivianos contemporáneos, Javier Sanjinés (La Paz, 1948). Puede que el lector descubra al leerlos –en esta lograda edición de Alfredo Ballerstaedt para Plural editores– un hilo conductor: la persistente exploración de las posibilidades e imposibilidades de ciertas formas de comunicación –la novela, el ensayo, el testimonio, el cine, la pintura, la performance política–, límites que Sanjinés describe y explica a partir de las relaciones entre una cultura concreta –la andina– y la sociedad (local, mundial) de la que esa cultura es parte, síntoma, consecuencia o negación.
2. Segunda descripción del libro: El libro se abre con el tipo de ambicioso interrogante teórico que Sanjinés nunca abandona –“¿Qué son el ensayo y la poesía?”, se pregunta en la primera línea de su primer ensayo– y se cierra con la lectura cercana –minuciosa y comparativa– de una novela (el Felipe Delgado Jaime Saenz). En estos aparentes extremos se sugiere una de las tensiones que caracterizan su práctica del ensayo: la del diálogo entre conceptos generales –varios de ellos centrales en la tradición crítica marxista– y el uso reflexivo de esos conceptos en la lectura y evaluación de los productos singulares de una cultura. Es más: en una convivencia felizmente no resuelta, parece haber en estos ensayos dos idiosincrasias que se disputan los afectos del crítico: por un lado, su tendencia –infrecuente en la crítica boliviana– a dar lugar a un pensamiento sistematizador, aquel que define, clasifica, distingue, periodiza y ordena las representaciones de una sociedad; por el otro, su perdurable inclinación a reconocer lo que escapa de esas sistematizaciones, aquello que en una cultura –lo carnavalesco, el grotesco social, el ensayo en tanto forma tentativa e irresuelta, las figuraciones salvajes de los textos– elude propósitos totalizadores, incluidos, claro, los del crítico.
3. Elogio de la continuidad: La doble pulsión de Sanjinés en sus ensayos –que al organizar (¿canonizar?) desde una idea crítica las producciones de una cultura identifica, al mismo tiempo, aquello que repele (o subvierte) ese acto organizador– se la debe entender solo como una primera imagen de la idiosincrasia y los propósitos de su proyecto intelectual. Si entráramos en detalles, descubriríamos que no pocos de los problemas específicos que ocupan a Sanjinés no suponen un quiebre sino son una continuación y enriquecimiento de preocupaciones principales para la tradición crítica boliviana. Su temprano y hasta hoy persistente interés por las ideas de Georg Lukács, por ejemplo, se explica porque al crítico húngaro, como a Sanjinés, lo intrigan (y angustian) las maneras del desencuentro (“separación” o “grieta”, dice Lukács) entre la vida de una sociedad y las formas que la representan y figuran.
4. El desencuentro de formas y contenidos: Entre las variantes del desencuentro –y la posibilidad o utopía de su superación–, Sanjinés trata varias que son, insisto, continuaciones de las que también afligieron a otros ensayistas de la tradición boliviana: a Manual María Caballero y Gabriel René-Moreno en la segunda mitad siglo XIX, a Franz Tamayo y Carlos Medinaceli en la primera del XX, a René Zavaleta Mercado y Silvia Rivera después del 52. Por ejemplo, los une la sospecha de que aquí las formas parecen no poder expresar contenidos vitales, o, al revés, de que los contenidos andan por ahí vagando a la espera de formas que los expresen mejor. Esta es, a la vez, la definición general de desencuentros más concretos: del Estado que no logra –y a menudo no quiere– leer a la sociedad que sintetiza; o de la letra que se pretende o encuentra separada de la cultura oral que la rodea; o de esas imágenes o metáforas tentativas que, ante la ausencia de mapas y conceptos que nos guíen, postulamos para dar cuenta de la confusa vida que vivimos. A principios del siglo XX, Rubén Darío declaraba en un poema: “Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo” y se refería con ello, claro, a la misma frustración, que en Bolivia sería luego llamada ‘bovarismo’ por Tamayo (la adopción, simiesca, de formas culturales que no nos sirven) y ‘pseudomorfismo’ por Medinaceli (la inadecuación, en la cultura andina, entre los modos de expresión adoptados y una sensibilidad singular).
5. Letra y oralidad: Hay, de hecho, en Sanjinés, la misma enfática conciencia de la oralidad dominante de la cultura boliviana, que es un dominio que señala los límites de lo letrado. Aunque si un límite, la oralidad es menos ella misma que su medio compuesto: esa cultura popular que la produce y a la que, según lo que algunos críticos temen, expresa. Es más: en las elaboraciones famosas de este rechazo –las de René-Moreno y Medinaceli–, se conjetura la presencia de una oralidad que es hegemónica no solo en la cultura popular sino en toda la cultura boliviana, la letrada inclusive. Se enfrenta así la lógica minoritaria y casi excéntrica de la escritura y del papel a las formas mayoritarias del rumor, de lo efímero y la saliva. En su versión celebratoria –en los trabajos de recuperación cultural del nacionalismo y en los impulsados por una “historia desde abajo” y el testimonialismo–, la oralidad es depositaria, como se insinúa en algunos textos de Sanjinés, de no solo otra historia y otra cultura sino de la posibilidad de otra política.
6. Imágenes de la heterogeneidad: Ya desde su libro Literatura contemporánea y grotesco social en Bolivia (1992), y después más, Sanjinés ha contribuido también al esclarecimiento de otra historia que nos persigue: la de esas imágenes y metáforas de la heterogeneidad social producidas por la cultura boliviana. Obstáculo del progreso o desgracia étnica irremediable hasta entrado el siglo xx, solo con los entusiasmos del mestizaje nacionalista (homogeneizador) o con los fastos paraestatales de la interculturalidad plurinacional (a ratos fantasmagórica y clientelar) la diversidad de “lo boliviano” empezó a ser considerada una virtud. Imaginarla, en todo caso, como lo demuestran las lecturas de Sanjinés, ha sido tarea repetida de las letras en Bolivia: las metáforas y alegorías de la heterogeneidad –abundantes ya de suyo en Latinoamérica– son aquí legión. Piénsese sino en algunas: la multitud chola como un nuevo personaje colectivo que encarna la justicia antiestatal en René-Moreno; el cholo invisible que es el secreto y bancarrota de un sistema político en Chirveches; el cholo monstruoso de Arguedas o Tamayo; el encholamiento fatal de Medinaceli; la propicia sangre mestiza del nacionalismo revolucionario; el concepto de lo abigarrado de Zavaleta Mercado; la imagen del saco de aparapita de Saenz; la categoría de lo ch’ixi de Rivera Cusicanqui.
7. Elogio final: Muchos de los que de cuando en cuando nos dedicamos a la crítica en Bolivia lo hacemos como saltando de un entusiasmo a otro. La obra de Javier Sanjinés, en cambio, merece ser llamada, literalmente, un “proyecto”: las mismas preguntas lo acompañan desde el principio y sus intervenciones –que se pueden leer como las etapas en un Bildungsroman o como el relato de la formación de un ensayista– son las respuestas que ha ido imaginando a lo largo de 40 años. En este libro, el lector encontrará una muestra significativa de esas intervenciones: leídos de un tirón y de principio a fin, los 18 ensayos reunidos trazan tal vez la biografía intelectual de su autor.