“Colette”, en el cine, y “La balada de Buster Scruggs”, en Netflix
Hoy hablaré de dos películas que vale mucho la pena ver, una en el cine (si es que a esta altura ha sobrevivido en la cartelera hostil de las multi-salas), la otra en Netflix. La buena noticia es que aún hay seriedad e intención artística en el cine, y no me refiero al cine “de laboratorio”, el reservado para los especialistas y los aficionados más sofisticados, sino al cine como es “de nacimiento”: un espectáculo popular.
“Colette”
Uno de los pocos géneros alternativos al thriller y a las aventuras de ciencia ficción que podemos apreciar en nuestras salas es el biográfico (“biopic”). Algunos lo desprecian porque no siempre muestra fidelidad a la historia, pero a mí me parece que debe disfrutarse así, como ficción inspirada en la vida de aquellos que, habiendo estado entre nosotros, terminaron transformándose en personajes literarios y cinematográficos. Hace poco la biografía de Freddy Mercury reventó la taquilla local; hoy la de Colette conmueve a los no muchos espectadores que la presencian. Pese a ello, ésta es mejor película que la otra; lo que pasa es que el club de fans de Colette dejó de existir ya medio siglo atrás.
El filme fue escrito y dirigido por Wash Westmoreland, a quien debemos la premiada “Still Alice”, una conmovedora exploración de la demencia senil. “Colette” cuenta cómo Gabrielle (Keira Knightley) se convirtió en Colette a través de un doloroso y contradictorio proceso de auto-reconocimiento, a veces en complicidad pero muy a menudo en oposición a su marido Henry (Dominic West), quien le concedía una libertad inusual para los estándares morales de la época, fines del siglo XIX, pero lo hacía por razones egoístas e inmorales. Collette comenzó a escribir una exitosa saga de novelas románticas “de avanzada” y orientadas al público popular. La misma aparecía bajo el nombre literario de su marido, quien además se encargaba de administrar el dinero que producía su venta. Toda una alegoría de la situación de muchas mujeres de entonces, de después y de hoy mismo, y por tanto una ocasión para emitir un discurso feminista que sin embargo no se implanta desde fuera, académicamente, sino que emerge naturalmente de los propios acontecimientos vitales de la mujer retratada.
Al mismo tiempo que Colette conquistaba un muy respetado nombre literario, escandalizaba a su tiempo por su libertad sexual: su historia alude a temas de gran actualidad. Además de lo cual, uno puede disfrutar de las excelentes interpretaciones y de los diálogos, llenos de pequeñas iluminaciones.
“La balada de Buster Scruggs”
Este western de los hermanos Cohen fue pensado inicialmente como una serie de Netflix. Al final apareció con el formato de película, una película singular que presenta seis historias independientes entre sí. Sin embargo éstas están unificadas por una misma atmósfera, un mismo enfoque típicamente “Cohen”; es cine que habla del cine, que hace homenaje al género y a las muchas historias que se han contado bajo su sello; cine violento y de una gracia “negra” que no todos disfrutan de entrada, pero que para los enterados es mejor que hilarante (ya que no siempre lo es), pues suele excitar o zaherir la inteligencia.
Pese a sus muchas virtudes, los Cohen no siempre pueden impedir que sus muy explícitos propósitos artísticos interfieran con el ritmo de la narración, volviéndolo premeditado y por eso un poco tedioso. En este caso el riesgo ha quedado totalmente conjurado, pues, dada la necesidad de contar historias cortas, los Cohen se han visto obligados a sintetizar y concentrar, una restricción que conviene a su talento algo desbordante.
La película comienza con la pieza sobre la cabalgata de un pistolero (Tim Blake Nelson) que, han dicho los críticos, simboliza la evolución del western, desde sus inicios ingenuos, positivos y musicales, pasando por su época clásica de virilidad combatiente, hasta su etapa final de mitificación semi-paródica, la del “espagueti-western”, cuando se vuelve decorativamente violento y amoral. La segunda historia, protagonizada por James Franco, continúa el homenaje al género, burlándose de escenas clásicas como el robo al banco, los enfrentamientos con indios, la impartición de “justicia” y el ahorcamiento de los delincuentes. La tercera, una de las más notables, cuenta la terrible historia de un actor sin piernas ni brazos (Harry Melling), trasladado en carroza a los pueblos más recónditos por su explotador (Liam Neeson). La cuarta representa el espíritu invencible de un gambusino del oro (Tom Waits). La quinta, la mejor de la película, ironiza sobre la percepción del romance de frontera por parte de las películas clásicas de caravanas, con Bill Heck relacionándose con la dama interpretada por Zoe Kazan como lo haría uno de los personajes de John Wayne, aunque en clave paródica. Finalmente, la última y más terrorífica historia de la película reúne a un grupo de viajeros en una diligencia lanzada al galope en medio de la noche. En conjunto, un pequeño banquete de la mejor ficción posmoderna.