“¡Madre!”: El mito aterroriza
Un hombre (Javier Bardem) coloca un cristal muy peculiar en una repisa (o un altar). Entonces todo comienza. La casa parece adquirir vida, tabla por tabla en la pared, florero por florero en la sala.
Una hermosa mujer, Verónica (Jennifer Lawrence), despierta y busca con la mano a su marido, que es el hombre interpretado por Bardem.
Ella salta de la cama, se mueve por la vieja y enorme casa que está reparando con sus propias manos, pues ha sufrido un incendio. Llega hasta el jardín, donde su marido la sorprende. Todo sucede de esa manera vacilante y premonitoria que caracteriza a las película de terror. La fotografía es fría, la música ominosa.
Nos enteramos que el marido es un escritor bloqueado. Hace mucho que no escribe y él lo atribuye a su aislamiento dentro de la casa, donde al parecer ha sido confinado por la mujer, que sufre extrañas crisis nerviosas: al tocar las paredes de la casa puede sentir cómo el corazón del inmueble late. Para tranquilizarse debe tomar constantemente dosis de un polvo tranquilizante.
Una tarde llega a la casa un extraño (George Harris), parece muy enfermo. Dice que pensó que el lugar era un hotel, pide disculpas y trata de irse, pero el escritor no lo deja marcharse y lo invita a dormir allí, para consternación de Verónica, que desconfía (y los espectadores nos identificamos con ella, claro está).
El extraño pasa la noche en la casa con el marido, que se ocupa de atenderlo, pues sufre los efectos de una borrachera o quizá de la grave enfermedad que padece. Pese a ello, el escritor no se queja y mucho menos le pide que se vaya. Al día siguiente se deja caer por allí la esposa del enfermo (Michelle Pfeiffer). Verónica está molesta pero no encuentra cómo echarlos. No tiene la fuerza moral y además su marido insiste en invitarlos.
El escritor deja que se queden incluso después de haber roto el cristal peculiar al que hicimos referencia al describir el comienzo de la película, lo cual lo molesta profundamente. Sabemos entonces que el cristal es una clave, es decir, que significa algo que debemos averiguar.
La mujer del enfermo no repara en intervenir en la vida privada de su anfitriona. Pronto los hijos de la pareja irrumpen en la casa, para consternación general. Vienen a pelear con los padres, a quejarse uno del otro. En medio de la batahola la angustia de Verónica crece y, dado el aliento que el marido da a los invasores, también crece la angustia nuestra.
¿Dónde está el mal?
La película avanza mediante planos secuencia, cámara al hombro, con cortes rápidos, sorpresivos, y con paneos que hacen suponer que alguien está justo afuera de la escena, listo para intervenir. Son los recursos de las películas de horror. Pero ésta no lo es.
Por lo menos, no una de carácter tradicional, con buenos que los espectadores queremos ver salvados y malos que esperamos ver destruidos. Aquí hay que preguntarse, por el contrario, dónde está el mal. Pues, ¿puede considerarse la voluntad del escritor de ayudar a la familia disfuncional de un moribundo como algo malo? Y, sin embargo, esto es lo que nos molesta, por la indiferencia que importa respecto a la mujer, que sufre en silencio las decisiones anómalas de su marido.
Aunque luego la veamos feliz de esperar un hijo para él.
La bondad del escritor es una bondad sin calidez y egoísta, la de un ser irresponsable y que no ama. Si fuera la bondad de un dios, sería la de un dios antiguo, que actúa con la misma frialdad sanguinaria pero ecuánime de la naturaleza.
Polarización
Poco a poco nos damos cuenta de que todo esto no puede ser más que una metáfora, pero ¿una metáfora de qué? Ahí reside la cuestión que ha dividido a la crítica respecto de esta película.
Los que encuentran que este argumento es un medio válido para reflexionar sobre la moral, el amor, las revelaciones divinas, etc., evalúan el proyecto de Daren Aronofsky con admiración. Algunos críticos lo consideran el producto de una “gran visión artística”, una indagación sobre problemas profundos.
En cambio, para los que -por motivos estéticos o, por qué no, morales y religiosos- consideran absurdo (o taimado) crear una situación tan angustiosa -y manipular a los espectadores- para ilustrar asuntos trascendentes (que además no quedan del todo claros), el filme no se justifica: es pretencioso y nos atribula gratuitamente. Mientras el diario británico The Guardian clasificó “¡Madre!” entre las películas más significativas del último tiempo, Wall Street Journal la consideró vacía y sin sentido. Tal es la polarización de la crítica.
En mi opinión, «¡Madre!» recrea -con todo el poder del más moderno de los artes, el cine- el espíritu cruel que sobrevuela las leyendas paganas, los mitos que están en la base de las grandes religiones monoteístas. Esos mitos están llenos de símbolos y “¡Madre!” también. Ahora bien, que ya no tengamos la habilidad de reconocer y pensar esos símbolos no es atribuible a la película, sino a las características de la sociedad moderna. Por el contrario, muestra que filmes de este tipo son necesarios. La contemporaneidad necesita más arte y menos entretenimiento, aunque sea un arte (una reflexión estética) fallido.
Las interpretaciones de Jennifer Lawrence, Javier Bardem y Michelle Pfeiffer, son estupendas.
El director y escritor Aronofsky es célebre por otra película de terror psicológico, pero más terrenal, «Black Swan (Cisne Negro)».