¿Por qué quebró MacDonalds?: vaya uno a saber

 

Uno: A la pregunta que lo organiza (“¿por qué pues quebró MacDonalds en Bolivia?”), este documental no ofrece una sino cuatro respuestas. A saber, se dice que MacDonalds quebró porque: a) los atentados del 11 de septiembre del 2001 crearon un clima de susceptibilidad corporativa que, a su vez y considerando que Bolivia es un país revoltoso, desencadenó la decisión de cerrar sus 8 sucursales en el territorio patrio; b) su comida es muy cara para el bolsillo nacional; c) esto de la “comida rápida” no sintoniza con las costumbres bolivianas; d) la comida boliviana es buenísima y plurimulti, así que intentar vender aquí hamburguesas es como querer vender ají de fideo en Italia.

Dos: Afirmar que ¿Por qué quebró MacDonalds? ofrece respuestas es una generosa exageración: en realidad, se tropieza con ellas o las encuentra al pasar sin reconocerlas. No desarrolla, investiga o confirma ninguna de ellas. Pero esta es otra exageración: de hecho, casi se olvida de su pregunta inicial y se dedica, en buena parte de sus 78 minutos, a trazar un retrato desinformado y confuso de la riqueza culinaria boliviana. Su tesis central sería esta: “En Bolivia, comemos biennnn rico y barato, así que MacDonalds tenía las de perder”.

Tres: Si la mencionada es su tesis central, rebatirla sería cuestión de ponernos lógicos unos segundos: en Perú, Francia o México también se come rico –hasta más rico, dirían los expertos–, pero eso no ha perjudicado el éxito de MacDonalds en esos países. Que MacDonalds haga grandes negocios en Chile o Venezuela se podría tal vez explicar por la reducida sofisticación de la comida chilena o venezolana, pero tal hipótesis (de charla de café) se queda corta cuando consideramos que ese mismo éxito convive también con grandes sistemas culinarios (el peruano, el hindú, etc.). Lo cual nos obligaría a recurrir, apurados, a las otras tesis sobre la mesa. Pero eso es algo que este documental no intenta: ni la conexión “terrorismo–comida rápida” ni lo del “alto costo del fastfood gringo” son ideas mínimamente documentadas. Aunque, es cierto, dedica un tiempo a vestir su tercera tesis: la existencia de un “habitus” plurinacional que nos hace renuentes a ingerir alimentos a las apuradas.

Cuatro: La última es una idea que la película repite e ilustra sin mayor fervor crítico o, al menos, informativo: se sugiere que Bolivia es un paraíso intocado por los vicios de la alienante comida rápida. Lo cual, como se sabe, es falso: que MacDonalds haya decidido cerrar sus puertas acá no ha impedido que Burguer King, Pollos Copacabana y otras muchas empresas similares prosperen. Es más: en las calles de Bolivia abundan los jadoqueros, hamburgueseros y salchipaperos (que venden un producto que no es ni mejor ni más sano que el que, por mucho más plata, comercia MacDonalds). Esta debilidad o inconsecuencia argumentativa es el modo central de este documental.

Cinco: ¿Cómo, entonces, se lo construye? De la manera más fácil: se acumulan entrevistas  (a cocineros, empresarios, economistas, antropólogos, historiadores, expertos y peatones) y se muestra comida, mercados y boliches varios. Eso es todo. No va hacia ninguna parte, no descubre nada, se contradice a cada paso y deja la impresión que dejaría un azaroso collage de tomas más o menos bonitas. Puede que este sea el resultado inevitable de hacer un documental sin informarse o investigar, realmente, el tema tratado.

Seis: Y si el documental no responde a su pregunta es porque es una pregunta retórica, un gesto de mala fe o de sensacionalismo oportunista. O sea: el objetivo es despertar el apetito de los incautos con una pregunta capciosa, para luego dar paso a una caravana de lugares comunes sobre la excepcionalidad boliviana (“derrotamos a las transnacionales en la guerra del agua y, más o menos por esos años, nuestra comida le torció la mano a nada menos que a MacDonalds”). A ¿Por qué quebró MacDonalds? no le interesa saber por qué quebró MacDonalds, si es que quebró. Lo que le interesa es amontonar medias verdades, contradicciones convenientes, banalidades antiglobalizadoras.

Siete: O tal vez se piense que hacer un documental consiste en filmarlo. En entrevistar a alguien, sin muchas preguntas, y ver qué sale. En lograr tomas usables sobre x o z  tópico. O en condimentar la realidad con animaciones que no vienen al caso, como esa en la que un billete de un dólar deja entrever una esvástica nazi (mini pieza animada que es la “exploración” que este documental le otorga a la tesis sobre la conexión entre “terrorismo y comida rápida”). Y es una pena porque, más allá del pretexto sensacionalista que proporciona el cierre de MacDonalds, el “sistema culinario boliviano” sí era un territorio temático a la espera de un buen documental.

Ocho: ¿Por qué quebró MacDonalds? desperdicia incluso a la gente que convoca. Algunos entrevistados dicen cosas interesantes, que podrían haber dado pie a exploraciones (¿repreguntas? ¿preguntas informadas?), pero todo se queda a medias. Vemos, entre otros, a Denise Arnold, o a Beatriz Rossells o a Ramón Rocha tratando de darle un contenido al asunto, pero están muy solos y su presencia no basta para organizar el despelote general.   

Y medio: Si algún momento ameritaba ser rastreado es aquel que documenta las reacciones al anuncio del cierre de MacDonalds en Bolivia. Vemos a una serie de celebridades de la televisión local (Arévalo, Lema, Arana, etc.), casi con lágrimas en los ojos, “despedirse” de MacDonalds y agradecer a la transnacional que “haya pensado en nosotros”. Lástima que este grotesco clasemediero y servil no haya llamado la atención de los realizadores. Acaso ese sea el riesgo y tragedia de un documentalismo sonámbulo.  

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2 comentarios

  1. Pero sí se rindió a Burger King, Pizza Hut y toda la larga lista de chatarra local (que no por ser «orgullosamente boliviana» deja de ser intensamente chatarra).

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