Ser crítico en Bolivia
Hay una interesante contradicción en Bolivia: por un lado, no gusta la crítica de arte. Se la entiende como algo innecesario o malicioso. Yo siempre quise hacerla, pero nunca encontré espacio realmente disponible en los medios tradicionales. Y ahora con el Facebook lo comprendo: mis post con este motivo son poco leídos. Por otro lado, se ejerce la crítica más brutal, completamente derogatoria, que simplemente pasa de todo el arte nacional. Tengo amigos que son buenos lectores, pero no conocen casi nada boliviano. O amigos melómanos que le han puesto una cruz a la Sinfónica. Etc. ¿El argumento? Uno de una arrogancia y una ignorancia demenciales: “nada boliviano vale la pena”.
Por esta paradoja (la única crítica que se ejerce es la absolutamente negativa) tenemos muchos gatos que pasan por liebres y mucho conformismo: «lo hicieron bien nomás». Tenemos un periodismo cultural puramente divulgativo y que no sabe jerarquizar más allá de los cuatro o cinco artistas consagrados del país (Sanjinés, La Placa, Imaná, Paz Soldán, etc.) Un periodismo cultural de espaldas a la literatura o, en el caso de algunos suplementos, de espaldas al público literario.
Otro resultado de la falta de crítica sistemática está en que esta termina siendo asumida ocasionalmente por los propios artistas. Los artistas suelen hablar muy mal de sus colegas en privado, pero muy bien en público (por miedo a la retaliación o por espíritu de camarilla). Entre los escritores, por ejemplo, no se bajan de «maestros» y de «grandes autores». Así se masajean el ego y se defienden de posibles ataques haciendo pasar la diplomacia por crítica.
Criticar es difícil sin el apoyo de los medios (pendientes solo del raiting) o del de las instituciones culturales, que no tienen esta práctica en su radar. Los artistas no gustan de ser criticados, prefieren el silencio y la indiferencia de la gente, junto con la felicitación de la abuelita y el enamorado. Y como todos aquí nos conocemos, y como los artistas suelen ir en patota, criticar incluso puede ser peligroso. En todo caso, no te hace ser recibido con flores. (Véase lo que pasó hace poco en la Feria del Libro de Santa Cruz, aunque quizá mi ejemplo no venga a cuento; quizá más bien sea una explicación de por qué la mayoría de los escritores son tan zalameros con sus colegas en público: para no recibir una tunda, sea esta real, como en este caso, o, mucho más a menudo, simbólico-institucional).
Aún así, hay que hacer crítica. Es el único medio de interesar a la gente en el arte y, para los artistas bolivianos, el único medio de mejorar. Además, algunos hemos nacido con la pulsión de consumir y de comentar arte. El del crítico es también un destino literario, de los que Ortega consideraba irrenunciables. Y añadía: sin estos destinos menores, como el del crítico, los mayores no pueden cumplirse.
En La Paz estamos todavía en una fase generalista y ensayística de la crítica. Si esta se consolidara, pasado mañana podríamos tener una crítica especializada. Una cosa requiere de la otra como requisito previo.
La condición para esto es que la crítica sea honesta y objetiva. Para ser creíble y útil, debe ser sincera, sin elipsis convenientes, sin ponerse al servicio de unos y en contra de otros, sin miedo a sus efectos en la relación personal del crítico con los artistas. Antes del arte y la crítica está la ética; sin esta, los dos primeros solo son remedos.
Parte de esta objetividad está en que la crítica no sea destructiva. No debe buscar probar la por otra parte imposible superioridad del crítico sobre el artista (el verdadero crítico es suficientemente generoso como para reconocer que el artista tiene unos dones sagrados, que hay que admirar y cuidar como a una llama votiva), sino allanar el camino del artista a la perfección y el camino del público al artista.
Un verdadero crítico se nota porque sufre cuando se enfrenta a un fracaso artístico y en cambio se alegra sin mezquindad cuando encuentra, finalmente, a un gran artista.
El crítico quizá sea un parásito, pero es un parásito de la luz.