El remake de “Shogun”: la modernización del orientalismo

En 1600, el piloto del barco inglés Erasmus, William Adams, llegó a Japón tras una accidentada travesía por el Pacífico escapando de los españoles y los portugueses. Era la época en que Inglaterra aprovechaba su indiscutible superioridad naval para propinarle mordiscos a la riqueza y el poder del imperio español. El Erasmus era el único sobreviviente de una flota de cuatro barcos que habían tratado de comerciar con las colonias americanas de los Austria. Adams y su tripulación se convirtieron en los primeros ingleses en llegar al Japón, que en ese momento vivía su suntuosa y marcial etapa feudal. No eran, en cambio, los primeros europeos allí. Los portugueses hacían pingües negocios traficando con China a nombre de los japoneses. También había llegado el cristianismo de la mano de los jesuitas misioneros. Pero Japón desconocía la existencia de Inglaterra, una laguna que Adams llenaría.

La habilidad de Adams como piloto hizo que los japoneses lo llamaran “Anjin-sama”, que significa algo así como navegante magnífico. Pese al deseo de los jesuitas portugueses de que fuera escaldado o decapitado por hereje protestante e inglés, este se pudo congraciar con Tokugawa Ieyasu, que estaba destinado a convertirse poco después en uno de los “unificadores” del Japón. En un gran Shogun, Adams se hizo imprescindible, construyó barcos de estilo occidental, los primeros, y tuvo el honor de convertirse en el primer samurái (guerrero noble) de origen occidental. En contrapartida, nunca estuvo autorizado a abandonar el Japón, aunque se las arregló para seguir mandando una pensión a la esposa y la familia que había dejado atrás, en Inglaterra. 

Esta historia real inspiró al escritor y guionista James Clavell para escribir la novela “Shogun”, de gran éxito a fines de los años 70 del siglo XX. La novela convertía en personajes ficticios a los históricos que habían interactuado con Adams. Este se volvía John Blackthorne; Tokugawa Ieyasu se transfiguraba en Yoshi Toranaga, etc.

En 1980, la novela fue adaptada a una de las primeras miniseries de la historia, antes del streaming y de las grandes productoras de narrativas para TV, también llamada “Shogun”. Fue una miniserie épica, carísima para la época, con actores japoneses (entre ellos el mítico Toshiro Mifune) hablando en japonés sin subtítulos, a fin de lograr el efecto que había hecho famosa a la novela: la extrañeza (mezcla de curiosidad con algo de repelús) del occidental ante una cultura más antigua que comenzaba despreciando y terminaba admirando y amando. La obra también alcanzaba ciertas cotas de sexo y violencia que en ese momento resultaban inexploradas: presentaba desnudos femeninos y, en un exceso casi intolerable, traducía una escena de la novela, en la que un samurái orina sobre Blackthorne para humillarlo, en una alusión de este tipo: “orinaré sobre tu país”. Era la primera vez que esta palabra se usaba en la televisión de Estados Unidos. El remake de 2024, creado por Rachel Kondo y Justin Marks, pudo por supuesto filmar libremente la escena original: un hombre haciendo pis sobre otro. Y así la vemos en Disney +.

Igual que el original, este remake ha logrado aplausos de público y crítica. A juzgar por esta última, es más épica y, al mismo tiempo, más respetuosa de la cultura japonesa, del idioma japonés, y más políticamente correcta al hablar de las incursiones coloniales europeas. Incluso les ha gustado a los japoneses, pese a lo que se dirá más adelante. Por cierto, se trata de una coproducción británico-nipona.

Además de la aventura y el exotismo, el reclamo de la serie (esta vez es serie y no miniserie), son las luchas de poder entre los señores feudales, llamados daimyo, para obtener el poder supremo sobre un país que, con la adopción del cristianismo por parte de algunos, comienza un proceso de modernización que nunca sería fácil o unívoco. Por eso se ha invitado a verla como un “Juego de tronos” japonés. (Ya se sabe que en la “hiperrealidad” descrita por Baudrillard todo debe parecerse a todo, lo nuevo suplantar a lo viejo como si fuera lo mismo, etc.) Consta que los fanáticos de la fantasía de George R. R. Martin también disfrutan de “Shogun”.

Blackthorne es otro ejemplar del gringo que los guiones ponen en lugares exóticos durante un momento histórico crucial, en este caso poco antes de la batalla de Sekigahara, para que oficie de “enviado del destino”. Podemos compararlo, por muchas razones baudrillanas, con Nathan Algren, el militar estadounidense interpretado por Tom Cruise, quien llega al Japón en el siglo XIX para convertirse en el “Último samurái” (2003). Blackthorne es el primer samurái gringo y Algren, el último. El primero, por supuesto, hace un esfuerzo mayor, porque los japoneses del siglo XVII, a diferencia, al parecer, de los del siglo XIX, tenían la costumbre de hablar todos en japonés. También su suerte está más en vilo y si se lo quiere es porque sabe cosas occidentales, no porque las rechace, como en cambio hacía Algren. En general, la aproximación a la cultura japonesa y a las necesidades y caracteres de los japoneses es mucho más inteligente e interesante que en la película con Cruise. Bueno, y es que Clavell escribió su novela en 1975, tres años antes de que Edward Said revelara, en su clásico ensayo “Orientalismo”, que el oriente no es algo que los occidentales descubrieron en algún momento, sino lo que crearon con sus historias, sus definiciones y su imperialismo. Tómese en cuenta mientras se disfrute de “Shogun”.

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