Freud, según Netflix
Una de las escasas contribuciones del emporio del streaming, Netflix, a aliviar la cuarentena que hoy cumple más de un cuarto de la humanidad, ha sido el estreno de la primera temporada de la serie Freud, que dirige el austriaco Marvin Kren, experto en películas de terror. Esta especialidad del cineasta se trasunta en la serie, cuya atmósfera es siniestra y premonitoria, y en la que la sangre y el grotesco no escasean.
La serie trata de una serie de asesinatos terribles, relacionados con sesiones de espiritismo, médiums, orgías e incluso… brujas. Todo ello escenificado a fines del siglo XIX, en una Viena gris pero hermosa, en la que el joven Freud hace sus primeras incursiones en la psiquiatría y descubre conceptos/teorías, tales como “inconsciente” o “represión”, que lo harían el padre de la psicología moderna.
La breve presentación de estos descubrimientos y los títulos de los capítulos, que hacen referencia a fenómenos médicos (“histeria”, “trauma”) o a elementos del psicoanálisis (“inconsciente”, “deseo”), constituyen la única parte de la serie que tiene una relación más o menos admisible con la biografía y el aporte del verdadero Sigmund Freud. El resto juega con los monstruos y las tierras ignotas a las que la teoría de Freud hizo referencia y dio carta de ciudadanía científica. Me refiero, claro está, al ello, al fondo instintivo, salvaje y casi incomprensible para la razón que se agita en los seres humanos, escondido dentro de una suerte de “closet mental”, al que ha sido confinado por las prohibiciones culturales y prácticas de la vida social.
Ahora bien, decir que una serie, un filme o un libro tratan del ello, es cometer una generalidad: significa que pueden tratar de casi cualquier cosa, con tal de que esta sea morbosa y obscena. Así ocurre en efecto en la serie, sin que el pobre de Freud –el histórico– tenga nada que ver con ello.
Por eso, escuchar al director Kren diciendo que “su psicoanálisis (el de Freud) y los conceptos del ello, el yo y el súper yo no surgieron de la nada, están basados en las experiencias de un genio atormentado que conoce, de primera mano, las múltiples caras del ser humano (entrevista con Vogue)” solamente puede hacernos encoger de hombros, para luego proferir un socarrón: “¡Oh, claro!”.
Seguramente Freud, como todos, basó su teoría en sus propias experiencias, pero entre estas no estaba el esnifar grandes cantidades de cocaína (aunque fuera un usuario de esta droga, en su época de curso legal) ni el hipnotizar a las personas como si se tratara del mismísimo mago del circo.
Con esta salvedad, si se quiere biográfica, digamos de esta serie lo siguiente: que su ambientación es envolvente y estética, que las actuaciones son atractivas, que los horrores no lo son tanto, como suele suceder, y que la trama resulta intrigante, aunque también sea deshilvanada y absurda. En suma, que se trata de un producto con todas las características que buscan y aprecian los consumidores del “género negro”.
Ahora que un horror verdadero atraviesa las calles desoladas de las metrópolis del mundo, un poco de este horror de tramoya puede resultar un antídoto pasable.
Aunque habría que decir también, aun a riesgo de quedar como un pedante, que, en este tiempo de encierro, además podríamos leer los ensayos de Freud. Mencionaré Moisés y la religión monoteísta, El malestar en la cultura o La interpretación de los sueños, entre los de mayor interés para el lector profano.
La psiquiatría contemporánea, sin dejar de reconocer la importancia del aporte de Freud, clasifica a aquellos de sus discípulos que continúan intentado sanar a las personas por medio de conocimientos que tienen más de un siglo, o de hacerlo con una avanzada retórica “lacaniana” y sin experimentos, dentro de la clase de los pajpakos (y, si debiera fiarse solamente de la serie de Netflix, haría lo propio con el propio Freud). En cambio, nadie discute la fama de este como escritor: el médico vienés fue uno de los grandes ensayistas de todos los tiempos.