LA SOCIEDAD DE LA NIEVE

Los sobrevivientes de los andes, la antropofagia y el morbo

La sociedad de la nieve, película dirigida por el realizador español J. Bayonna, probablemente sea el mejor de los estrenos de Netflix, del periodo de fin de año. Quedan para el olvido Dejar el mundo atrás, cinta protagonizada por Julia Roberts, y producida por Barack y Michelle Obama; Una suerte de reflexión fallida sobre la desintegración de Estados Unidos, y sobre todo Rebel Moon de Zack Snyder, una pésima versión de Los siete samuráis (1954), que a pesar de la inversión realizada (probablemente dos o tres centenas de millones de dólares), sin duda quedará en el olvido.

La sociedad de la nieve, reconstruye, con fuertes dosis de realismo, el episodio de “Los sobrevivientes de los Andes”, en el que un grupo de jugadores de rugby, uruguayos, accidentados en plena cordillera de los Andes en 1972, sobrevivieron a duras penas durante 72 noches, en medio de un ambiente extremadamente hostil. 

La tragedia señalada siempre ha tenido un fuerte atractivo para la industria cinematográfica; por una parte, está la evidente proeza de haber sobrevivido durante tanto tiempo en uno de los territorios más difíciles del planeta, y por otro, el que, para lograrlo, el grupo hubiera tenido que recurrir a la antropofagia, utilizando a sus compañeros fallecidos como alimento, dado que en el entorno, simple y llanamente no existía otra posibilidad.

René Cardona Jr., productor y realizador mexicano, hizo la primera versión en 1976, con el título Supervivientes de los Andes, y Frank Marshall, director y productor del equipo de Steven Spielberg, hizo una segunda versión en 1993, con el título de Viven. La segunda, mejor que la primera (en gran medida por la diferente dimensión de la producción), pero ambas, a mi juicio, con graves dificultades en el equilibrio, del planteamiento sobre la cuestión ética, con el sentido del espectáculo, necesario en este tipo de cintas.

J. Bayonna, el director de esta nueva versión, con solo cinco películas a cuestas, es uno de los realizadores de mayor prestigio en la cinematografía mundial. Debutó en el 2007 con El orfanato, cinta de terror muy bien construida merced al uso de algunos de los mecanismos establecidos en el género, y en 2018, de la mano de Spielberg, hizo Jurassic World: El reino caído, que según señalan los expertos, es uno de los principales trabajos de la saga. Entre ambas películas, en 2012 y 2016, respetivamente lanzó dos producciones españolas realizadas con financiamiento internacional, que tuvieron un fuerte impacto en el mercado: Lo imposible y Un monstruo viene a verme. En lo personal son las dos películas que menos me han gustado del realizador, ya que, si bien tienen un manejo técnico impecable, manejan sus tramas con una dosis ligeramente exagerada y edulcorada, de melodrama.

Con esos antecedentes, se podrían albergar algunas dudas respecto al tratamiento de La sociedad de la nieve, pero por suerte esa incertidumbre se disipa desde los primeros minutos del metraje. Lo primero que impacta en esta cinta, es el manejo preciso y austero de la técnica. Una película, que, al contar con un fuerte apoyo en producción, podía decantarse por la espectacularidad de “la catástrofe”, pero que, en definitiva, apuesta a un estilo seco en el tratamiento de las imágenes, el que seguramente se acerca a lo que vivieron los protagonistas en ese instante de desconcierto y confusión. A lo largo de la cinta, el realizador utiliza diversos elementos tales como la voz en off, los títulos sobre pantalla y por supuesto los efectos especiales, siempre en función del objetivo dramático.

En La sociedad de la nieve, el entorno; la   omnipresente cordillera de los Andes, se combina con los miedos, los atrevimientos, las pequeñas alegrías, etc., de los personajes centrales.  Con elementos tan fácilmente utilizables para la exageración (cuerpos mutilados, muertes adoloridas, dilemas éticos, etc.) evidentemente resulta siendo un triunfo el tono mesurado de la puesta en escena.

El punto clave, por supuesto, es el de la antropofagia, el canibalismo, para ser más precisos. Y se trata como seguramente se dio en los hechos; generando discusiones y dudas existenciales, pero finalmente imponiéndose porque simplemente era la única alternativa que dejaba la realidad.

El veto al canibalismo por parte de los seres humanos es una construcción cultural que al parecer tiene raíces biológicas (diversos informes dan cuenta de determinadas enfermedades que se producen, si es que se consume con regularidad, cuentan con un valor nutricional escaso en comparación al de otros tipos de carne). Ese “veto” se ha ido consolidando merced al avance de la ciencia y el conocimiento; sin embargo, evidentemente, en caso de necesidades extremas, los seres humanos no han dudado en recurrir a dicha práctica (en algunas ciudades soviéticas, en la segunda guerra mundial, por ejemplo). Lo mismo ha ocurrido con otras construcciones culturales similares (ciudades hindúes donde se consumió masivamente carne de vaca, también en la segunda guerra mundial).

Un dato significativo, aunque ajeno a la película; si uno revisa la trayectoria de los 19 sobrevivientes en los cincuenta años posteriores al accidente, se encuentra con vidas que podrían calificarse de “exitosas”, en algunos casos ligadas al accidente mismo (merced a conferencias relacionadas, libros etc.) o en otros al desempeño profesional (médicos, agrónomos, etc.), lo cual constituye una buena muestra de la capacidad de resiliencia de los seres humanos.

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